Nochecitas agónicas de primavera. Amores fugaces.

Recuerdo nunca haberme perdido tan profundamente en los ojos de alguien como en los de aquel jóven amante de la música...
Tenía una mirada inigualable. Fría, pero a la vez dulce, misteriosa, apagada, perdida, sensual. Tenía la mirada más hermosa que jamás he visto.
A lo lejos podía distinguirse un aire de soledad en él. A pesar de estar siempre acompañado, parecía disfrutar estar apartado de la gran mayoría de la gente, quedándose así con un par de desconocidos que se acercaban a él para preguntarle cosas.
No me costó hablarle, me costó que respondiera. Al parecer estaba sumergido en el efecto de alguna droga poderosa. Le costaba hablar y cada tanto gesticulaba exageradamente.
Después de varios intentos fallidos por acercarme y conversar, él tomó la iniciativa y me sonrió. Desconcertada miré a mi alrededor y pude darme cuenta que esa sonrisa radiante estaba dedicada a mí. Hice un par de pasos y me paré junto a él. Cruzamos escasas palabras, pero debo admitir que hubo guerra de miradas. Estuve tan cerca de su persona que pude reconocer rápidamente el ritmo de su respiración y podría hasta jurar que oí su corazón latiendo intensamente.
Después de un par de frases poéticas por parte de los dos, nos estancamos en un vaivén de miradas cómplices  Me animaría a decir que casi colapsaron los mundos en aquél momento que su boca quedó apenas a centímetros de la mía. Una luz enceguecedora nos hizo volver a la realidad inmediatamente. Él con cara de molesto y yo sin entender nada.
Me alejé unos pasos de aquel muchacho que me tenía loca. La situación había sido bastante embarazosa. Caminé hasta donde se encontraba uno de sus compañeros. Uno de esos amigos con los que compartía su pasión por la música. Comenzamos a hablar sin problema alguno, pero no podía quitarme de encima la mirada de quien me había enamorado minutos antes. Sentía sus ojos clavados en mí. Pensar en eso era realmente escalofriante y a la vez algo que me apasionaba por completo.
Sentir su mirada pesando desde mi nuca hasta los talones. Oír sus comentarios que pura y claramente eran para mí igual que los más dulces y locos halagos. Esa noche primaveral me eligió a mí entre la cantidad de chicas que como buitres revoloteando a su presa, lo dejaban casi sin aire para respirar.
Llegó su hora de partida. Mi gran duelo. El gran motivo de mi desolación. Saludó educadamente a un par de personas que seguían sus pasos incansablemente y se dirigió a mí...
Aún en las más eternas noches de soledad siento el calor de su cuerpo, sus brazos rodeándome y haciéndome sentir extremadamente segura y demasiado pequeña para este mundo. Su voz susurrándome cosas al oído... son sólo recuerdos que me llenan de alegría y ganas de esperarlo.




Pobre de mi corazón que aún hoy lo espera.
Pobre de mi cerebro que día a día lo piensa.
Pobre de mí, enamorada de alguien que viene y va.
Enamorada sin más.